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domingo, 2 de noviembre de 2014

Desandando mis pasos.

Manejaba mi auto gris por una avenida de Miami. El cielo estaba claro y el sol de la mañana iluminaba el entorno colorido, dejándome apreciar el azul claro del océano y algunas embarcaciones que allí reposaban. Prendí mi radio, cambié las emisoras hasta que encontré una canción vieja de U2.

Como no me sabía la letra, canté con la la las algunas estrofas. Miré el reloj de mi carro, eran las 3:56 de la tarde, luego miré el semáforo que estaba a escasos metros de distancia, y que cambiaba lentamente de verde a amarillo.
Aceleré un poco, pensando que podría pasar. Mi confianza desvaneció cuando me encontraba exactamente debajo de la luz amarilla, y en esa milésima de segundo vi que cambió a rojo. Ya no podía parar debido a la velocidad que llevaba. El agudo rechinar de unas llantas invadió mi espacio al momento en que escuché el pito constante del gran camión que me embestiría a mi costado derecho.

El tiempo se detuvo.
Sin saber cómo, regresé a mi jardín infantil. Allí estaba yo, parado en el patio viendo a aquella profesora de la que jamás me había acordado. La mujer empujaba el columpio de una bella niña, mientras otros pequeños corrían alegres a su alrededor. Inmediatamente pasaron por mi mente ciertas imágenes que había olvidado por completo.

El rostro amoroso de mi hermosa tía Cielo me sonrió a la distancia, mientras percibí el aroma de los tulipanes que sembraba en su jardín y que me llenaron de alegría tantas jornadas de mi niñez. Luego observé a mis bisabuelos sentados en sus sillas rojas mecedoras, y sus ojos se posaron en los míos con una dulzura indescriptible. En un pestañeo ligero, divagué por las calles de mi ciudad Pereira, vi mis montañas lejanas, aspiré el olor del café que me despertaba, caminé en la enorme casa donde crecí, recorriendo paso a paso cada cuarto, cada rinconcito lleno de secretos, magia y misterios.
Rápidamente llegué a mi colegio, y como volando pasé por sus pasillo fríos, vi mi pupitre izquierdo lleno de marcas y notas musicales; después vi a mis amigos queridos, sin entender lo que pasaba los vi a todos en el mismo momento. Héctor, Dorian, Alfredo, Alexandra, Ximena, Vero, Jorge Alberto, Diego, Juli, Sandra, a todos, cientos de ellos, vi a mi familia, los que están y los que no; pasé por todos los lugares conocidos, recorrí ciudades en un solo instante, de Bogotá a Nueva York, de Caracas a Medellín, pasé por el café Juan Valdés de Viena, sentí la pasividad de las noches en Charlotte, escuché el tren de carga en El Paso mientras miraba la frontera mexicana abarrotada con alambres e injusticia; caminé por las calles de Bratislava y al voltear la esquina estaba en Panamá viendo el gran canal, sentí el ruido de ciudad de México y me abrazó el verde panorama de Guatemala. Rostros y ciudades, aromas y sabores, sentimientos mixtos y recuerdos. Todos juntos en el mismo momento. Todos allí reunidos, esperando solo por mí.

En seguida, alguien activó nuevamente el cronómetro de mi vida, y regresé a la avenida miamense donde un camión enorme me pitaba a escasos metros de volverme papilla.
Mi pie derecho se posó con todas sus fuerzas sobre el pedal del acelerador, mientras que mi cuerpo sentía un frío de muerte y terror.

El enfurecido ruido ocasionado por el freno del camión y el chirrido de mis llantas al acelerar, se transformó en un silencio infinito.
Por escasos centímetros escapamos la colisión, centímetros a los que ahora debo mi vida, porque estoy seguro que desanduve mis pasos.

Quizás la muerte no me necesita todavía, ni yo a ella.
Metros más adelante, detuve mi auto, bajé de él temblando y verifiqué que nadie estuviera lesionado. El chofer del camión ya no estaba. Solo quedaban las huellas de nuestro accionar sobre el pavimento. El flujo vehicular regresaba a su caótico estado normal. Tomé varias bocanadas profundas de aire. Me senté sobre la acera y analicé todo lo que hubiera extrañado si me hubiera tocado partir en aquel momento.

No sé cuándo ni cómo vuelva a verme cara a cara con la parca aventurera que me regaló una visita a mi pasado. Ignoro el por qué sigo en este camino, pero tengo claro dos cosas:
1.     Cuando vea un semáforo en amarillo me detendré como si estuviera en rojo.
2.     De ahora en adelante, me dedicaré a viajar más y conocer a muchas más personas, ya que de esa manera al desandar mis pasos de nuevo, podré sentirme feliz de saber que viví al máximo.

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