Manejaba mi auto
gris por una avenida de Miami. El cielo estaba claro y el sol de la mañana
iluminaba el entorno colorido, dejándome apreciar el azul claro del océano y
algunas embarcaciones que allí reposaban. Prendí mi radio, cambié las emisoras
hasta que encontré una canción vieja de U2.
2. De ahora en adelante, me dedicaré a viajar más y conocer a muchas más personas, ya que de esa manera al desandar mis pasos de nuevo, podré sentirme feliz de saber que viví al máximo.
Como no me sabía
la letra, canté con la la las algunas
estrofas. Miré el reloj de mi carro, eran las 3:56 de la tarde, luego miré el
semáforo que estaba a escasos metros de distancia, y que cambiaba lentamente de
verde a amarillo.
Aceleré un poco,
pensando que podría pasar. Mi confianza desvaneció cuando me encontraba
exactamente debajo de la luz amarilla, y en esa milésima de segundo vi que
cambió a rojo. Ya no podía parar debido a la velocidad que llevaba. El agudo
rechinar de unas llantas invadió mi espacio al momento en que escuché el pito
constante del gran camión que me embestiría a mi costado derecho.
El tiempo se
detuvo.
Sin saber cómo,
regresé a mi jardín infantil. Allí estaba yo, parado en el patio viendo a
aquella profesora de la que jamás me había acordado. La mujer empujaba el
columpio de una bella niña, mientras otros pequeños corrían alegres a su
alrededor. Inmediatamente pasaron por mi mente ciertas imágenes que había
olvidado por completo.
El rostro
amoroso de mi hermosa tía Cielo me sonrió a la distancia, mientras percibí el
aroma de los tulipanes que sembraba en su jardín y que me llenaron de alegría
tantas jornadas de mi niñez. Luego observé a mis bisabuelos sentados en sus
sillas rojas mecedoras, y sus ojos se posaron en los míos con una dulzura
indescriptible. En un pestañeo ligero, divagué por las calles de mi ciudad
Pereira, vi mis montañas lejanas, aspiré el olor del café que me despertaba,
caminé en la enorme casa donde crecí, recorriendo paso a paso cada cuarto, cada
rinconcito lleno de secretos, magia y misterios.
Rápidamente
llegué a mi colegio, y como volando pasé por sus pasillo fríos, vi mi pupitre
izquierdo lleno de marcas y notas musicales; después vi a mis amigos queridos,
sin entender lo que pasaba los vi a todos en el mismo momento. Héctor, Dorian,
Alfredo, Alexandra, Ximena, Vero, Jorge Alberto, Diego, Juli, Sandra, a todos,
cientos de ellos, vi a mi familia, los que están y los que no; pasé por todos
los lugares conocidos, recorrí ciudades en un solo instante, de Bogotá a Nueva
York, de Caracas a Medellín, pasé por el café Juan Valdés de Viena, sentí la
pasividad de las noches en Charlotte, escuché el tren de carga en El Paso
mientras miraba la frontera mexicana abarrotada con alambres e injusticia;
caminé por las calles de Bratislava y al voltear la esquina estaba en Panamá
viendo el gran canal, sentí el ruido de ciudad de México y me abrazó el verde
panorama de Guatemala. Rostros y ciudades, aromas y sabores, sentimientos
mixtos y recuerdos. Todos juntos en el mismo momento. Todos allí reunidos,
esperando solo por mí.
En seguida,
alguien activó nuevamente el cronómetro de mi vida, y regresé a la avenida
miamense donde un camión enorme me pitaba a escasos metros de volverme papilla.
Mi pie derecho
se posó con todas sus fuerzas sobre el pedal del acelerador, mientras que mi
cuerpo sentía un frío de muerte y terror.
El enfurecido
ruido ocasionado por el freno del camión y el chirrido de mis llantas al
acelerar, se transformó en un silencio infinito.
Por escasos
centímetros escapamos la colisión, centímetros a los que ahora debo mi vida,
porque estoy seguro que desanduve mis pasos.
Quizás la muerte
no me necesita todavía, ni yo a ella.
Metros más
adelante, detuve mi auto, bajé de él temblando y verifiqué que nadie estuviera
lesionado. El chofer del camión ya no estaba. Solo quedaban las huellas de
nuestro accionar sobre el pavimento. El flujo vehicular regresaba a su caótico
estado normal. Tomé varias bocanadas profundas de aire. Me senté sobre la acera
y analicé todo lo que hubiera extrañado si me hubiera tocado partir en aquel
momento.
No sé cuándo ni
cómo vuelva a verme cara a cara con la parca aventurera que me regaló una
visita a mi pasado. Ignoro el por qué sigo en este camino, pero tengo claro dos
cosas:
1.
Cuando
vea un semáforo en amarillo me detendré como si estuviera en rojo.2. De ahora en adelante, me dedicaré a viajar más y conocer a muchas más personas, ya que de esa manera al desandar mis pasos de nuevo, podré sentirme feliz de saber que viví al máximo.
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