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miércoles, 19 de noviembre de 2014

El parlante sexual

Son las nueve de la mañana, y estoy en mi apartamento intentando finalizar un capítulo en el manuscrito que escribo. La lluvia ha opacado el día, y una baja temperatura no acostumbrada en Miami, llena de melancolía mi comienzo de jornada.

Me sirvo por segunda vez una taza de café caliente que me sirve para combatir el frío que entra bajo mi puerta del quinto piso. Regreso a mi escritorio y releo por enésima vez lo escrito. Brujas, sexo y bosques, marcan la pauta de aquellas hojas inconclusas, y cuando me dispongo a continuar llenándolas con mis experiencias fantasiosas, suena mi teléfono con su timbre emulador de un campanario medieval.

Camino hacia mi cuarto donde lo he dejado conectado, y al contestar escucho buenas noticias.

-Hay un paquete en la portería que ha llegado a tu nombre-, me indica la voz serena de aquel hombre que se queja diariamente porque su esposa ya no se preocupa por él.

-¿Y vos te preocupas por ella igual?-, le he preguntado anteriormente, pero él argumenta que ella ha matado sus ganas de ser especial con su actitud negligente.

Jorge, el portero, (que habla confianzudamente con cuantos se atraviesan en su camino), indica abiertamente que su mujer ya no quiere hacer el amor con él, y ha comenzado a pensar que tiene a otro.

El hombre intenta además saberse la vida de cada uno de los residentes del edificio, y no tiene problema alguno en hacer preguntas personales de mal gusto.

-¿Y esas dos chicas que subieron a tu apartamento son tus novias?-, me dijo en una oportunidad, logrando que se santificara con mi respuesta contundente. -¿Cómo haces para salir tan temprano con lo tarde que llegas a dormir?, o ¿Te vi entrando muy tarde al 703, estaba todo bien con la vecina nueva?

En fin, me he propuesto en no hacerle caso ya que pienso que quizás su vida es muy aburrida y debe entretenerse con las ajenas.

El hecho es que bajo rápidamente a la portería a recoger mi paquete. Allí está él, con la caja en la mano moviéndola de un lado a otro tratando de adivinar de qué se trata. Cuando me ve, se asusta y la pone en el piso, fingiendo que no es la mía, luego la vuelve a levantar y me la entrega.

-Está como pesadita joven ¿qué es?-

-Juguetes sexuales y cervezas importadas-, le contesto sonriendo, luego le guiño un ojo, y entro al elevador, observando las bendiciones repetitivas que posa sobre su pecho.

Llego a mi apartamento, abro mi caja como cuando un niño abre su juguete nuevo, y con alegría encuentro mi nuevo amplificador para mi guitarra eléctrica. Inmediatamente conecto el instrumento y subo el volumen. Con las primeras notas la adrenalina me invade, como seguramente invade a los vecinos que duermen hasta tarde.

La felicidad se apodera de mi mente, y me olvido de las brujas por un momento para deleitarme con los bellos sonidos que aquel parlante proyecta y que me remontan a épocas de mi adolescencia.


Al salir horas más tarde con rumbo al trabajo, vuelvo a toparme con el portero, quien sin tapujos me pregunta ¿Será que me regalas una de las cervecitas importadas que te llegaron?



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