Son las nueve de la
mañana, y estoy en mi apartamento intentando finalizar un capítulo en el
manuscrito que escribo. La lluvia ha opacado el día, y una baja temperatura no
acostumbrada en Miami, llena de melancolía mi comienzo de jornada.
Me sirvo por
segunda vez una taza de café caliente que me sirve para combatir el frío que
entra bajo mi puerta del quinto piso. Regreso a mi escritorio y releo por
enésima vez lo escrito. Brujas, sexo y bosques, marcan la pauta de aquellas
hojas inconclusas, y cuando me dispongo a continuar llenándolas con mis
experiencias fantasiosas, suena mi teléfono con su timbre emulador de un
campanario medieval.
Camino hacia mi
cuarto donde lo he dejado conectado, y al contestar escucho buenas noticias.
-Hay un paquete en
la portería que ha llegado a tu nombre-, me indica la voz serena de aquel
hombre que se queja diariamente porque su esposa ya no se preocupa por él.
-¿Y vos te
preocupas por ella igual?-, le he preguntado anteriormente, pero él argumenta
que ella ha matado sus ganas de ser especial con su actitud negligente.
Jorge, el portero,
(que habla confianzudamente con cuantos se atraviesan en su camino), indica
abiertamente que su mujer ya no quiere hacer el amor con él, y ha comenzado a
pensar que tiene a otro.
El hombre intenta además
saberse la vida de cada uno de los residentes del edificio, y no tiene problema
alguno en hacer preguntas personales de mal gusto.
-¿Y esas dos chicas
que subieron a tu apartamento son tus novias?-, me dijo en una oportunidad,
logrando que se santificara con mi respuesta contundente. -¿Cómo haces para
salir tan temprano con lo tarde que llegas a dormir?, o ¿Te vi entrando muy tarde
al 703, estaba todo bien con la vecina nueva?
En fin, me he propuesto
en no hacerle caso ya que pienso que quizás su vida es muy aburrida y debe
entretenerse con las ajenas.
El hecho es que
bajo rápidamente a la portería a recoger mi paquete. Allí está él, con la caja
en la mano moviéndola de un lado a otro tratando de adivinar de qué se trata.
Cuando me ve, se asusta y la pone en el piso, fingiendo que no es la mía, luego
la vuelve a levantar y me la entrega.
-Está como
pesadita joven ¿qué es?-
-Juguetes sexuales
y cervezas importadas-, le contesto sonriendo, luego le guiño un ojo, y entro
al elevador, observando las bendiciones repetitivas que posa sobre su pecho.
Llego a mi
apartamento, abro mi caja como cuando un niño abre su juguete nuevo, y con
alegría encuentro mi nuevo amplificador para mi guitarra eléctrica. Inmediatamente
conecto el instrumento y subo el volumen. Con las primeras notas la adrenalina
me invade, como seguramente invade a los vecinos que duermen hasta tarde.
La felicidad se
apodera de mi mente, y me olvido de las brujas por un momento para deleitarme
con los bellos sonidos que aquel parlante proyecta y que me remontan a épocas de
mi adolescencia.
Al salir horas más
tarde con rumbo al trabajo, vuelvo a toparme con el portero, quien sin tapujos
me pregunta ¿Será que me regalas una de las cervecitas importadas que te
llegaron?
Me haces reír!
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