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martes, 17 de septiembre de 2013

Sólo unos segundos

Entro a un edificio viejo que no reconozco en absoluto. La tarde ha caído, y la lluvia que azota el pavimento callejero deja una estela de frío y oscuridad. Camino por el pasillo del primer piso y observo una repisa con varias veladoras encendidas. Hay telarañas en algunas esquinas del lugar, e inmediatamente puedo asumir que aquel sitio está abandonado. 

Un olor a sahumerio me hace recordar las antiguas iglesias de mi tierra natal, aquellas donde me envolvía un halo de misterio que nunca descifré. Sin embargo, este sitio desocupado luce como si entre sus paredes hubiese existido algo más que una iglesia.

Doy otro paso, y el piso de madrea cruje agónicamente, mientras un relámpago ilumina el fondo del pasillo.

Sin saber por qué, subo al segundo piso del edificio, como si estuviera buscando algo que se me ha perdido. Las tablas de la escalera crujen igualmente, como si lloraran cada vez que me paro en ellas.

Al llegar a la parte superior me doy cuenta que hay varias puertas cerradas. Al final del corredor observo una ventana rota, iluminada tenuemente por un bombillo que titila sin mucho voltaje.

Camino un poco más sin entender la razón por la que permanezco en aquel lugar sombrío. Lo único que sé es que tengo una inmensa sed de curiosidad por encontrar lo que no espero.

Trato de abrir cada una de las puertas allí existentes, pero fallo en cada intento, pues la totalidad de ellas está cerradas con llave. Al llegar a la ventana, veo el reflejo de alguien que pasa por detrás de mí. Me volteo con rapidez y alcanzo a ver a una mujer con un hábito oscuro que ha comenzado a bajar las escaleras.

Un escalofrío recorre mi cuerpo, y siento que los pocos pelos de mi cabeza se erizan instantáneamente.

Decido salir de aquel sitio, y al llegar a la escala la luz de la ventana se apaga del todo. Miro hacia atrás y nuevamente veo a la figura del hábito observándome con detenimiento.

Bajo corriendo la escala, y torpemente (como siempre) tropiezo con uno de mis pies y caigo rodando en los últimos escalones. Sin importarme mi suerte, me pongo de pie y corro hacia la salida, pero al llegar a ella, alguien me toca el hombro izquierdo.

Me detengo congelado, miró hacia atrás una vez más y me encuentro cara a cara con una monja muy joven, que me mira fijamente mientras su cara refleja una expresión de inmensa tristeza.

Sin reaccionar aún, sigo estático en el mismo punto, mientras un frío recorre cada uno de mis poros.

En ese momento, aquella monja que todavía me mira, pega un grito agudo, y yo brinco fuertemente sobre mi silla de cuero negro.

Miro el reloj y veo las 7:23 de la noche.

Me he quedado dormido un par de segundos, donde he experimentado la misma pesadilla de los últimos días.

Ya sé por qué no se debe dormir mientras trabajas.

Abrazos

1 comentario:

  1. Amigo Héctor muy bueno tu blog me saca d la monotonía. Ojo con los sueños repetitivos vienen llenos de mensajes

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