Mi padre y yo nos sentamos a ver un partido de
fútbol juntos. Tanto él como yo, somos aficionados al deporte rey, y comentamos
como profesionales cada jugada ocurrida. A nadie más en casa le gusta este
deporte como a nosotros, que fácilmente podemos ver cuatro juegos seguidos sin
aburrirnos.
El primer tiempo
se termina, y aprovecho para ir a la cocina y prepararnos algo de comer. Cuando
regreso a la sala, mi viejo está dormido y ronca suavemente.
Estoy acostumbrado
a que él duerma con frecuencia durante nuestros eventos deportivos, y a que se
despierte de un momento a otro a preguntarme quién va ganando. A veces mis
gritos son los que lo hacen brincar asustado sobre su silla preferida, para
darse cuenta que los gritos de su hijo han sido en vano y el marcador se
mantiene cero a cero.
De un momento a
otro, mi sobrinito de 4 añitos se me acerca y me pide que le compre un 'Happy
Meal'. Para los que no sepan, se refiere al menú infantil que se vende en McDonald's
y que consta de 6 pedazos de pollo, con papas fritas, varias rebanadas de
manzana y un juguito de la misma fruta…ah, y claro está, un juguete especial,
que es el secreto a voces para que todos los chiquillos pidan a sus padres el
famoso 'Happy meal'.
Nunca he estado
de acuerdo con que mi sobrinito coma comida chatarra, pero mi hermana aduce que
ella le quita el cuero a los pollitos, y que esta es la única manera en que él
come manzana.
-Apenas de acabe
el juego vamos-, le digo, pero él me dice que tiene hambre, mientras se toca el
estómago.
No sé si está
jugando con mi sensibilidad o realmente dice la verdad, pero al ver que al
juego le queda más de media hora, decido ir con aquel pequeño a cumplir sus
deseos gastronómicos.
Sin que mi padre
se despierte salimos de casa, nos montamos en el auto y manejamos hasta el
McDonald's más cercano.
Al llegar allí hacemos
la fila y pedimos nuestra orden.
Mientras
esperamos por los pollitos, observo alrededor y encuentro a un hombre de
aproximadamente 70 años que limpia con mucho esmero los vidrios internos de aquel
establecimiento.
Aquel señor es
el único empleado mayor, ya que el resto son muchachos y chicas que difícilmente
superan los 20 años.
El hombre
termina de limpiar los vidrios, y luego se dirige a un cuartito trasero. Después
sale de allí con un trapeador o mapo, y comienza a limpiar el piso.
En ese momento
pienso que aquel hombre debe tener la edad de mi padre, y que mientras mi viejo
quizás no ha despertado de su plácido sueño en su cómoda silla, este señor no
corre con la misma suerte.
Mi padre ha sido
un hombre trabajador, que ha luchado toda su vida por su familia, y que ahora
lamentablemente cuenta con una salud precaria, y un corazón muy débil. Pero al
menos, mi viejo puede estar en casa tranquilo, descansando en sus años de
retiro.
El señor que ya
ha acabado de limpiar el piso, pasa por mi lado, y al ver que no le quito los
ojos de encima, me mira y me saluda con una sonrisa.
Aprovecho su
amabilidad para saludarlo y preguntarle cómo va su día.
Don Hernando, me
dice que es colombiano, y que lleva en Estados Unidos 12 años. Luego se acerca
a mi sobrinito y lo saluda dándole la mano.
-No te vayas,
tengo un regalito para ti-, le dice al niño, y al cabo de unos segundos sale de
la cocina con un juguete extra y nuestra orden de pollitos.
A pesar de que
aquel hombre debe estar cansado por el paso de los años, de su trabajo
constante, de su suerte, su mirada no refleja tristeza, ni inconformismo, por
el contrario, los ojos de don Hernando proyectan una luz especial que me
llenan de entusiasmo y paz.
Nos damos la
mano por varios segundos y nos deseamos suerte. Nuevamente él sonríe con
sinceridad, y en aquella sonrisa me enseña una lección inolvidable.
Al montarnos
nuevamente al auto, decido tomarle una foto en la distancia.
Mientras manejo
a casa no puedo evitar pensar en el buen don Hernando, y de su forma de asumir
su presente. Hacer las cosas con amor es el secreto de vivir alegremente, tal
como él lo hace. No importa el trabajo que tengamos, la clave está en poner el
alma en cada segundo, en pequeñas acciones, en nuestras palabras, en un apretón
de manos, en una sonrisa, y así mejoraremos el mundo sin pensarlo.
Un abrazo para
todos y no se olviden de sonreír con el corazón.
Don Hernando es un hombre que refleja una vida llena de sacrificio y nobleza a pesar de su edad se muestra optimista y es tal ves para el una bendición el estar allí
ResponderEliminarExtrañaba tu nota del dia..
ResponderEliminarLa mayoría de las personas de edad les gusta sentirse útiles y una forma de hacerlo es servir a los demás, también les gusta conversar bastante que les presten atención
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