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domingo, 1 de septiembre de 2013

¿Mirar hacia arriba o mirar hacia abajo?


Voy al supermercado para comprar mis artículos de comida de esta semana que se avecina. Hace pocos días comencé una nueva rutina de entrenamiento físico, la que conlleva un cambio radical en mi forma de alimentación.

Mi instructor está intentando cambiar lo que siempre he comido por alimentos más saludables. Él mismo me recomendó que siguiera comprando los víveres en una tienda orgánica, pues según su experiencia, allí venden productos de mejor calidad.

Entro con mi carrito de compras a tal tienda, y con una lista de lo que él me ha recomendado.

Arroz  integral, espaguetis integrales, manzanas verdes, pancakes integrales, brócoli, espárragos, fresas y moras, avena líquida de tal marca, un tarro con claras de huevo (porque la yema tiene muchas calorías), hongos, pescado y pollo de determinada clase, lentejas de bolsita de un color, frijoles que luzcan de otro, y mil pendejadas más que ahora debo comer para seguir sus instrucciones, y mejorar mi salud.

Yo que aún pienso que aquel hombre está exagerando, he decidido hacerle caso por los tres meses que dura el primer ciclo del entrenamiento, ya que en la reciente medición de mi cuerpo, me dijo que tenía 40 libras de grasa.

Yo no soy un tipo gordo, y mi peso de 174 libras está proporcionado con mi metro ochenta centímetros de estatura, pero parece que me sobra grasa y me falta músculo.

El hecho es que el entrenamiento físico es muy difícil, así que si estoy haciendo el sacrificio diario de dejar mi sudor en su gimnasio, por lo menos intentaré alimentarme de la manera en que me aconseja, y ya en tres meses decidiré qué hacer.

Al pagar mi comprar me di cuenta que la comida orgánica es mucho más costosa que la normal que acostumbraba a comprar toda la vida, y de nuevo me dije que esto lo haré solamente por 3 meses, pues no sé hasta dónde alcance mi presupuesto.

-Uff, hay que ser rico para estar saludable-, me dije a mi mismo, pensando en el mismo instante que no es justo que una sola papa valga casi un dólar en aquel sitio.

Al salir de aquel supermercado observé que en el parqueadero la mayoría de carros eran lujosos y nuevos, confirmando una vez más mis pensamientos de segundos antes.

Guardé mis compras en la cajuela de mi Toyota 2004, y arranqué con rumbo a casa. Al llegar al semáforo de la esquina, observé a un hombre que estaba parado sosteniendo un cartel que decía: (Traduzco el escrito porque estaba en inglés)

“Mi esposa, mi hijo y yo tenemos hambre. Por favor intenta ayudarnos”.

Cerca de aquel sujeto se encontraba una mujer sentada en el piso y a su lado un pequeño de unos 3 o 4 añitos que jugaba con un palito.

Yo me quedé absorto mirando aquella imagen, mientras pensaba segundos antes compraba comida orgánica para lucir y sentirme mejor. Un enorme sentimiento de culpa me embargó los ojos.

Los pitos de los carros de atrás comenzaron a sonar cuando se dieron cuenta que la luz del semáforo era verde y que yo no me movía, pues seguía hipnotizado con aquella familia que sufría.

De nuevo los pitos de los impacientes choferes llegaron a mis oídos, y yo arranqué hacia ninguna parte.

Lo que sucedió después me lo reservo, pero al llegar a casa y bajar mis paquetes del mercado, no pude evitar que el llanto se apoderara de mi cocina por algunos minutos.

Lamentablemente hemos perdido la visión del camino, y solamente la recuperamos de manera intermitente en algunas ocasiones.

Miramos hacia arriba con frecuencia, queriendo mejorar nuestro estilo de vida, anhelando tener más bienes materiales, mejores posiciones sociales, poder, dinero, importancia, reconocimiento, fama y muchas dádivas más. Y ojo, yo no digo que sea malo querer superarnos y tener una mejor calidad de vida para nosotros y nuestras familias; pero lo que pienso con tristeza es que no miramos hacia abajo con la misma frecuencia, y por ende no agradecemos todas las bendiciones que nos acompañan a diario.

Mientras aquella familia del semáforo padecerá de hambre nuevamente mañana durante muchas horas del día, somos muchos los que podemos comer a la hora que queramos, dormir bajo un techo, comprar las medicinas necesarias cuando estemos enfermos, bañarnos a la hora que queramos, vestirnos diferente cada día, y mil situaciones más que damos por garantizadas, pero que para millones de personas en el planeta son un lujo que no se pueden dar.

Aquí sentado en mi silla de oficina, escribiendo estas palabras en mi computador, mientras me tomo un té caliente y miro la luna por mi ventana, no puedo sentirme menos que agradecido con la vida por las oportunidades que tengo, aunque no pueda sentirme feliz.

Y es que ¿cómo ser feliz cuando sabes que hay otros que sufren por elementos que a otros nos sobran, cuando hay tantas personas como nosotros que carecen de un bocado de comida, de un techo, de compañía, de protección, de compasión y que además están en casi cada esquina del planeta?

Nos invito a que dejemos de mirar tanto hacia arriba, y que comencemos a mirar hacia abajo, a los que sufren, y que los ayudemos, sea poquito o mucho para nosotros, cualquier acción hacia ellos significa demasiado para los que no tienen nada.

El mundo es un lugar injusto, pero nosotros podemos traer en las manos y en el alma la esperanza que a veces parece desvanecerse.

Un abrazo con cariño.

2 comentarios:

  1. Mi estimado Hector, hace dias no leia tu blog por las innumerables situaciones que he vivido ultimamente, pero hoy entre desesperadamente a buscar tu nota, pues me refresca el espiritu. Me encanta leerte, eres un gran escritor, que aparte de divertido logra sensibilizar el alma en unas cuantas lineas.

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