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lunes, 22 de febrero de 2016

Yoga: Una práctica no creada para mí


Todos practican yoga. Creo que es la modalidad de moda, en donde el cuerpo y la mente armonizan para brindar tranquilidad y paz a nuestras vidas atareadas por los problemas, las incertidumbres, los ajetreos constantes, la prisa, los deberes, y en fin, un sinnúmero de facetas que nos vuelven locos.

Yo estoy medio loco (como muchos de ustedes), quizás en mayor o en menor grado, eso ya lo deciden los que me conocen; y a veces soy consciente de que necesito urgentemente encontrar un balance entre mi rutina, mi mente y mi cuerpo.

–La solución es que practiques yoga-, me dice mi esposa, quien es una seguidora constante de esta bella práctica, donde sus extremidades se doblan al compás de su respiración calmada, y en donde el control de su hermoso cuerpo gira tranquilamente mientras la comisura de sus labios se arquea en una mueca de placer y serenidad.

-Vamos, inténtalo-, me reta en inglés, hasta el punto de que decido seguirle la corriente y acompañarla una tarde de sábado, a una de sus clases.

Comienzo entonces mi práctica de estiramiento forzado observándola como guía, pero cuando inicio a emular sus posiciones de contorsionista de circo, me agarra un calambre horrible en el muslo derecho que me sube por la nalga, logrando que contorsione sobre la alfombrilla especial de yoga y me retuerza como un gusano asustado.

-Lo estás haciendo muy bien para ser tu primera vez-, pensará ella y sus amigas, mientras todas respiran profundo carcomidas por la envidia de mis movimientos involuntarios, y sin decir nada, se ponen de pie, siguiendo las instrucciones de la profesora, quien ya observa con desagrado mi carencia de flexibilidad.

Adolorido me pongo de pie y sigo la pantomima muscular que no me agrada para nada. Junto las manos y las estiro, luego hago una patética mal interpretación de un movimiento donde la pierna derecha se posa sobre la izquierda, mientras las palmas de mis manos descansan sobre mi pecho. Comienzo a ladearme de un lado a otro como palmera en noche de viento, estando seguro que luzco como una ‘mantis religiosa’, pero con el balance de un yoyo manejado por un anciano con artritis.

El martirio continúa. Miro alrededor. Las sonrisas de satisfacción se mezclan con mi cara de dolor e inconformidad.

-Volvamos a la posición de ‘dandasana’-, indica la bruja malvada, a sabiendas que no entendí ni pío de lo que dijo, y de que no pertenezco a su aburrida clase. Inmediatamente las 12 personas que están a mi lado, se arrodillan y posan su cabeza sobre la alfombrilla. Cuando por fin logro entender lo que debo hacer, y como si la instructora quiere joderme la vida, les indica que hagan otra posición, por lo que todos se mueven con ligereza mientras yo apenas me arrodillo.

La coreografía perfecta es opacada entonces por un idiota descoordinado que se mueve en contravía: Yo.

Los minutos se hacen siglos en aquella clase. Mi mujer me mira y sonríe, como si una mueca fuera suficiente para que mis huesos y musculos entiendan qué hacer.

Deseo levantarme y mandar todo a la mierda. Odio el yoga, los estiramientos, las respiraciones controladas, las miradas de burla de la instructora, y el dolor muscular que me impide largarme de allí.

Terminamos la clase con una meditación profunda, en donde no logro dejar mi mente en blanco, debido a que me duele respirar.

-Estoy orgullosa de vos-, me dice ella, argumentando que mañana la clase será incluso más divertida y que poco a poco comenzaré a encariñarme de esta práctica de vida.

-¿Mañana?-, pienso alarmado, sabiendo que no asistiré.

La verdad es que no le encuentro el gusto, ni considero que es lo que necesito para relajar mi mente y mi cuerpo.

Luego en la tarde me voy a nadar un rato, logrando que mis tensionados músculos regresen a su estado normal, y más tarde me encierro en mi cuarto con mi guitarra eléctrica y mi amplificador potente, para desahogar mi mente y encontrar soluciones a los problemas que me agobian.

Realmente no necesito yoga ni meditación para encontrarme a mí mismo. Respeto a quienes les encanta, pero he decidido que por ahora, mi mejor relajación son las notas de mi guitarra, mi café negro hirviendo, y estas hojas en blanco que lleno con hojarasca.

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