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martes, 19 de enero de 2016

La batalla constante contra la intolerancia

Batallo constantemente con la vida, especialmente porque mi forma de pensar no va acorde a la de muchos que me rodean.

-Si piensas de determinada manera, al menos no lo digas. Puedes herir susceptibilidades ajenas con tus comentarios-, me indican constantemente.

Me pregunto entonces si los comentarios ajenos no hieren mi susceptibilidad, y si otros se detienen a analizar que hay personas que piensan diferente a la mayoría y por ende la balanza de valores y prejuicios también se inclina a su lado.

Creo que no deberíamos vivir ocultando lo que pensamos, siempre que lo expresemos de manera respetuosa. Siento que es triste que al decir que no creo en algunas cosas, sea apedreado con comentarios intolerantes y sesgados a una ficción antigua.

Pero la culpa no es de otros, no es mía, no es tuya. La culpa es de la vil ignorancia que embarga y ha sucumbido siempre a nuestro planeta y a nuestra sociedades ciegas y sordas.

Desde siempre los preceptos religiosos y sociales han carcomido nuestra mente. Nos hemos regido por siglos por reglas religiosas que son socialmente aceptadas, y que se han convertido en leyes morales y éticas con penas horrorosas para la eternidad.

Como robots de lata, hemos aceptado sin cuestionarnos todas las frases e historias añejas que han lucrado y posicionado a algunos en lugares de poder económico y político, y quienes abusan de todos gracias a que manejan a su antojo, y con nuestro permiso tácito, los  hilos de nuestra vida.

Seguimos aceptando en nuestra cotidianidad mentiras irreales que nos convierten en un producto jodido y acabado, sin ánimo de salir de la coyuntura que nos subyuga ante luces que no osamos a apagar, debido a que el mero intento de hacerlo es castigado por la misma sociedad ignorante de la que somos parte.

En el mundo actual, no hay cabida para cuestionarnos sobre nuestras creencias personales, sobre las plataformas políticas que nos manejan, sobre la información que escuchamos y repetimos como loras, sobre nuestros sentimientos, sobre el por qué tenemos que comportarnos de alguna manera determinada, incluso en contra de lo que sentimos.

No estoy tratando de jugar al ateo (porque no lo soy), ni al anarquista (pues no me considero uno), pero sí cuestiono la vida que la sociedad me ha tratado de imponer. (Tal como a vos te la han impuesto).

¿Y el libre albedrío?-, pensarán los más ingenuos. El libre albedrío es limitado, ya que estamos tan afectados por las imposiciones de los monarcas religiosos y políticos, que tomar una decisión personal afecta el rumbo de nuestro propio camino.

Silenciar al que piense diferente es la constante desde épocas antiguas. ¿Cuántos han muerto por pensar diferente a la conveniencia de los poderosos? ¿Cuántos han desaparecido por alzar una voz de duda? ¿Cuántos son juzgados porque no se comportan como la mayoría?

No se trata tampoco de hacer un juicio de valores sobre lo que vos o yo creamos. Realmente lo que debemos hacer para vivir en armonía es ser tolerantes.

¿Acaso por no creer en una religión determinada, o en sus libros 'sagrados' valemos menos que otros? ¿Acaso por no creer en frases de cajón como 'los tiempos de Dios son perfectos', debamos ser mirados con desprecio? ¿Acaso por no creer en cielos ni infiernos, ni en penas, pecados, profetas, finales de mundo, sacramentos, rituales, investiduras, grupos organizados, bandos políticos, líderes espirituales, doctrinas, símbolos; tengamos que padecer el escarnio público y el ultrajo social?

Pues bien, si los precios a pagar por no creer en lo mismo, es ser relegado a un lado, o perder 'amigos'; pues bien se paga con satisfacción, ya que nada vale más que poder decir lo que pensamos, y respetar las creencias ajenas sin que estas violenten las propias (y viceversa).

La bondad de un ser humano no se mide en rezos, o en creencias, ni en repeticiones de parábolas, promesas, obras de conveniencia, discursos de tres pesos o prejuicios para satisfacción de algunos. La humildad y el buen corazón no depende del lado político o económico al que pertenezcamos. Todos sin excepción estamos llamados a cambiar el mundo con nuestros propios actos de amor hacia los demás.



Para mí, no hay nada más importante.

1 comentario:

  1. En mi experiencia creo que tememos derecho a ser diferentes y respetados y solo Dios tiene poder sobre nuestras vidas..una breve opinion..

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