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jueves, 1 de octubre de 2015

Palomas con suerte

Cientos de personas han pasado por mi lado en los últimos 30 minutos. Estoy sentado en un bar restaurante en el centro de la ciudad, mientras me tomo un café/cerveza, e intento escribir un nuevo libro que recién comienzo.
La vida corre de prisa, y prueba de ello es el caminar rápido de los peatones que mueven sus pies con un objetivo primordial: no perder tiempo.
Nos envuelve a todos un día hermoso, donde el sol y el viento se mezclan para atraparnos con su magia, esa magia que pocos disfrutan, pues nos hemos olvidado que la verdadera esencia de la vida es ser felices; esa misma felicidad que vemos tan lejana y que nos hemos encargado de complicar.
Hombres con corbata y mujeres con sastres y tacones brillantes circulan por doquier. Observo con detenimiento el transitar de muchos de ellos. Altivos, elegantes, con lentes oscuros. Cruzándose los unos con los otros, pero nadie se mira a los ojos, nadie se saluda, nadie se sonríe.
Quizá es la prisa con la que hemos aprendido erróneamente a sobrevivir. Tal vez es la maldita ignorancia social que nos hace creer mejores que otros debido al estatus laboral y económico que poseemos.
Tras mi segunda cerveza, siento enormes deseos de ir al baño, pero no quiero llévame mi laptop conmigo. Sé que el cambio debe comenzar con cada uno de nosotros, entonces decido dejarlo abierto sobre mi mesa, junto a mi vaso frío, y decirle a las dos mujeres que están en una mesa aledaña que por favor le echen un vistazo a mi máquina. 
Confiar no es nada fácil, pero lo hago. Ahora me pongo de pie y voy al baño. Espero que al regresar mi mac permanezca aquí
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Para mi suerte, encuentro todo en su sitio, y me alegro pues en esta máquina tengo guardadas mucha información relevante, que no quisiera perder aún.
La mayoría de las mesas en el sitio donde me encuentro están llenas con personas elegantes que devoran sus ensaladas con ligereza, mientras hablan (presumo) del futuro empresarial y económico que les espera.
Alzo la vista para mirar el horizonte y enfocarme en algo más interesante. A lo lejos (para mi miopía), veo a un hombre que busca en el bote de basura sobras para alimentarse. Para mi sorpresa, veo que aquel ser humano saca un pedazo de comida, algo parecido a un pan, y comienza a  partirlo con sus dedos y a dárselo a las palomas que se apuestan a su lado.
En cuestión de segundos hay decenas de ellas rodeándolo. Me doy cuenta que instantes atrás, las mismas palomas estaban en el restaurante donde me encuentro con mi cerveza, esperando ser alimentadas por los clientes con corbata, pero al recibir absolutamente nada, ni siquiera una sonrisa, decidieron partir, encontrando un corazón diferente.
A veces, creo que los animales pueden percibir la bondad de los humanos, y sentir la verdadera esencia de cada uno de nosotros. 
En fin, aquel indigente sigue sonriendo mientras alimenta con sus migajas a aquellas aves. Deduzco que aquel hombre también está hambriento, pero ha decidido alimentar las palomas. Quizás no quiere comerse el trozo de pan sucio y mordido que ha hallado, pero no importa, lo relevante es que con sus accionar puro, alimenta a otros seres vivos.
Vuelvo a mirar alrededor. Nadie parece interesado en lo que acontece a nuestro lado. Me pregunto entonces ¿Cuántas veces he estado yo en la misma posición? ¿Por qué pensamos tanto en nosotros mismos, y tan poco en los demás? ¿Hasta qué punto estas 5 cervezas han hecho estragos en mí?
Ojalá todos algún día pudiéramos darnos cuenta que el mundo es más sencillo de lo que parece, y de que la única forma de cambiar el mundo es a través de nosotros mismos. Sino, pregúntele a las palomas.

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