Llego a la
oficina y me concentro en mi trabajo diario. Respondo los correos pendientes,
me reúno con mi equipo de trabajo a programar las semanas próximas, contesto
algunas llamadas telefónicas “urgentes”, escribo algunos contenidos cotidianos,
y entre una cosa y la otra las horas van pasando sin que me entere. Al mirar el
reloj me doy cuenta de que son las 10:30 de la noche. Comienzo entonces a
empacar mi maletín y a organizar mi escritorio para ir a casa a descansar, pero
antes de abandonar mi lugar de trabajo observo una lucecita roja en mi teléfono
de escritorio, indicándome que tengo un nuevo mensaje de voz.
Al escucharlo, un frío me recorre el cuerpo, y debo apretar la tecla 0, para oírlo dos veces más.
Es un hombre que se identifica plenamente y que me dice con voz misteriosa que lleva 3 madrugadas seguidas observando un ‘Objeto Volador No Identificado’ –OVNI–, sobre la bahía en la que se encuentra mi edificio.
Intento reconocerle la voz, pensando que es posible que un amigo me quiera jugar una broma, pero por más que me enfoco en la grave voz telefónica, no la asocio con ninguno de mis conocidos.
–El objeto aparece a las 3 de la mañana, es similar a una estrella gigante pero con luces rojas y verdes–, menciona aquel hombre en el mensaje telefónico.
Miro el reloj en mi muñeca izquierda. Son las 10:45 pm.
Al llegar al destino encuentro una plazoleta solitaria. Hay un par de estrellas en el firmamento, pero ninguna se mueve ni emite colores. El viento helado proveniente de las aguas atlánticas se introduce en mis brazos, y lamento no tener un saquito para combatir las bajas temperaturas.
–Mañana lo
escucho–, me digo por unos breves segundos, pero me conozco demasiado bien y sé
que no podré esperar hasta el día siguiente.
Vuelvo a
sentarme en mi silla negra, y marco las claves para acceder al mensaje.Al escucharlo, un frío me recorre el cuerpo, y debo apretar la tecla 0, para oírlo dos veces más.
Es un hombre que se identifica plenamente y que me dice con voz misteriosa que lleva 3 madrugadas seguidas observando un ‘Objeto Volador No Identificado’ –OVNI–, sobre la bahía en la que se encuentra mi edificio.
Intento reconocerle la voz, pensando que es posible que un amigo me quiera jugar una broma, pero por más que me enfoco en la grave voz telefónica, no la asocio con ninguno de mis conocidos.
–El objeto aparece a las 3 de la mañana, es similar a una estrella gigante pero con luces rojas y verdes–, menciona aquel hombre en el mensaje telefónico.
Miro el reloj en mi muñeca izquierda. Son las 10:45 pm.
Me pregunto si de
pronto el aparato espacial está ya afuera con sus luces coloridas, y me dan
ganas de salir corriendo hacia el final de la bahía para echarle un vistazo,
pero me contengo siguiendo mi instinto nulo, y pensando que primero debo hablar
directamente con el autor material de la llamada que ahora me tiene en ascuas.
Queriendo saber
más de aquel mensaje, decido entonces llamar de vuelta al supuesto sujeto del
avistamiento, aunque estoy consciente que bien se podría tratar de una broma radial,
o de alguno de mis amigos con sed de venganza.
Nunca he dudado
de la existencia de vida extraterrestre, es más, he tenido algunas experiencias
personales con el tema (que me reservo). Pero no esperaba que alguien me
llamara casi a medianoche para decirme que ve un Ovni prácticamente afuera de
mi oficina.
La versión de
aquel hombre suena sincera. Me cuenta con pelos y señales lo que ha observado
en las tres madrugadas anteriores, y añade que está seguro que aquel objeto se
posará allí una cuarta vez.
Aunque logro
interesarme en la conversación, no puedo dejar de mirar a ambos lados esperando
que alguien aparezca con burlas y diciéndome: ‘Caíste en la broma’, pero nadie
llega, además no imagino qué clase de chiste pudiera llegar a ser este.
–Pasaré por allí
ahora–, le digo a mi interlocutor, pero este me dice que tiene que ser a las 3
de la mañana, hora en la que comienza a aparecer en el firmamento la supuesta
nave.
Tomo todos los
datos de aquel hombre, al que le pregunto si tiene alguna foto que me pueda
mostrar, pero me dice que su celular no captó bien el objeto y aparece
solamente una luz movida en su pantalla.
–Usé unos
binoculares para verlo. Alrededor de las 4 am el aparato luminoso sube rápidamente
en el aire, y vuelve a bajar con fuerza, como si fuera un yoyo–, indica el
sujeto, que al juzgar por su voz está llegando a los 60 años.
Imagino los
yoyos con los que jugué en mi adolescencia y que nunca aprendí a controlar. Un
día casi me quiebro un diente tratando de hacer la vuelta al mundo en 360
grados.
Cuelgo la
llamada, tomo de nuevo mi maletín, pero en vez de dirigirme a mi auto, cambio
el destino y camino hacia el final de la bahía, esperando ver o una estrella
colorida moviéndose en círculos, o conocidos riéndose de mí. Incluso pienso por
instantes que seré víctima de un asalto, por lo que tomo precauciones
aprendidas en las calles colombianas.Al llegar al destino encuentro una plazoleta solitaria. Hay un par de estrellas en el firmamento, pero ninguna se mueve ni emite colores. El viento helado proveniente de las aguas atlánticas se introduce en mis brazos, y lamento no tener un saquito para combatir las bajas temperaturas.
Tomo algunas
fotos de lo que me rodea, del mar, de las estrellas, del puerto, de los
edificios, hasta que la batería de mi iPhone decide que no me acompañará más.
Emprendo mi
huida a casa, con la mente puesta en el posible avistamiento de las próximas
horas, y aun dudando en la veracidad de aquella llamada.
Mientras
conduzco a mi hogar (45 minutos de camino) no paro de observar cualquier luz
que brilla en el cielo, y por momentos me tiento a devolverme, pero no lo hago.
–Mañana me
preparo bien y me quedo–, pienso con convicción.
Hoy, he llamado
nuevamente a aquel sujeto a preguntarle si volvió a ver el “ovni”, pero ahora
su teléfono aparece desconectado.
Realmente no sé
si me quede esta noche en la bahía o no, pero por si las dudas, tengo conmigo
un saco de lana y una bufanda que bien pueden acompañarme.
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