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martes, 4 de marzo de 2014

Un posible avistamiento.

Llego a la oficina y me concentro en mi trabajo diario. Respondo los correos pendientes, me reúno con mi equipo de trabajo a programar las semanas próximas, contesto algunas llamadas telefónicas “urgentes”, escribo algunos contenidos cotidianos, y entre una cosa y la otra las horas van pasando sin que me entere. Al mirar el reloj me doy cuenta de que son las 10:30 de la noche. Comienzo entonces a empacar mi maletín y a organizar mi escritorio para ir a casa a descansar, pero antes de abandonar mi lugar de trabajo observo una lucecita roja en mi teléfono de escritorio, indicándome que tengo un nuevo mensaje de voz.

–Mañana lo escucho–, me digo por unos breves segundos, pero me conozco demasiado bien y sé que no podré esperar hasta el día siguiente.
Vuelvo a sentarme en mi silla negra, y marco las claves para acceder al mensaje.

Al escucharlo, un frío me recorre el cuerpo, y debo apretar la tecla 0, para oírlo dos veces más.

Es un hombre que se identifica plenamente y que me dice con voz misteriosa que lleva 3 madrugadas seguidas observando un ‘Objeto Volador No Identificado’ –OVNI–, sobre la bahía en la que se encuentra mi edificio.

Intento reconocerle la voz, pensando que es posible que un amigo me quiera jugar una broma, pero por más que me enfoco en la grave voz telefónica, no la asocio con ninguno de mis conocidos.

–El objeto aparece a las 3 de la mañana, es similar a una estrella gigante pero con luces rojas y verdes–, menciona aquel hombre en el mensaje telefónico.

Miro el reloj en mi muñeca izquierda. Son las 10:45 pm.

Me pregunto si de pronto el aparato espacial está ya afuera con sus luces coloridas, y me dan ganas de salir corriendo hacia el final de la bahía para echarle un vistazo, pero me contengo siguiendo mi instinto nulo, y pensando que primero debo hablar directamente con el autor material de la llamada que ahora me tiene en ascuas.
Queriendo saber más de aquel mensaje, decido entonces llamar de vuelta al supuesto sujeto del avistamiento, aunque estoy consciente que bien se podría tratar de una broma radial, o de alguno de mis amigos con sed de venganza.

Nunca he dudado de la existencia de vida extraterrestre, es más, he tenido algunas experiencias personales con el tema (que me reservo). Pero no esperaba que alguien me llamara casi a medianoche para decirme que ve un Ovni prácticamente afuera de mi oficina.
La versión de aquel hombre suena sincera. Me cuenta con pelos y señales lo que ha observado en las tres madrugadas anteriores, y añade que está seguro que aquel objeto se posará allí una cuarta vez.

Aunque logro interesarme en la conversación, no puedo dejar de mirar a ambos lados esperando que alguien aparezca con burlas y diciéndome: ‘Caíste en la broma’, pero nadie llega, además no imagino qué clase de chiste pudiera llegar a ser este.
–Pasaré por allí ahora–, le digo a mi interlocutor, pero este me dice que tiene que ser a las 3 de la mañana, hora en la que comienza a aparecer en el firmamento la supuesta nave.

Tomo todos los datos de aquel hombre, al que le pregunto si tiene alguna foto que me pueda mostrar, pero me dice que su celular no captó bien el objeto y aparece solamente una luz movida en su pantalla.
–Usé unos binoculares para verlo. Alrededor de las 4 am el aparato luminoso sube rápidamente en el aire, y vuelve a bajar con fuerza, como si fuera un yoyo–, indica el sujeto, que al juzgar por su voz está llegando a los 60 años.

Imagino los yoyos con los que jugué en mi adolescencia y que nunca aprendí a controlar. Un día casi me quiebro un diente tratando de hacer la vuelta al mundo en 360 grados.
Cuelgo la llamada, tomo de nuevo mi maletín, pero en vez de dirigirme a mi auto, cambio el destino y camino hacia el final de la bahía, esperando ver o una estrella colorida moviéndose en círculos, o conocidos riéndose de mí. Incluso pienso por instantes que seré víctima de un asalto, por lo que tomo precauciones aprendidas en las calles colombianas.

Al llegar al destino encuentro una plazoleta solitaria. Hay un par de estrellas en el firmamento, pero ninguna se mueve ni emite colores. El viento helado proveniente de las aguas atlánticas se introduce en mis brazos, y lamento no tener un saquito para combatir las bajas temperaturas.

Tomo algunas fotos de lo que me rodea, del mar, de las estrellas, del puerto, de los edificios, hasta que la batería de mi iPhone decide que no me acompañará más.
Emprendo mi huida a casa, con la mente puesta en el posible avistamiento de las próximas horas, y aun dudando en la veracidad de aquella llamada.

Mientras conduzco a mi hogar (45 minutos de camino) no paro de observar cualquier luz que brilla en el cielo, y por momentos me tiento a devolverme, pero no lo hago.
–Mañana me preparo bien y me quedo–, pienso con convicción.

Hoy, he llamado nuevamente a aquel sujeto a preguntarle si volvió a ver el “ovni”, pero ahora su teléfono aparece desconectado.
Realmente no sé si me quede esta noche en la bahía o no, pero por si las dudas, tengo conmigo un saco de lana y una bufanda que bien pueden acompañarme.

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