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martes, 29 de enero de 2019

MI abuela tiene poderes mágicos

Mi abuela colecciona vivencias -propias y ajenas-, esas que narra con la pasión poética de haber sobrevivido sin salir herida de muerte; además, sin cometer ilícito alguno, se apropia de otras muchas, las que acomoda a su antojo como arquitecta de naipes, narrándolas de una manera especial, mágica, y logrando incluso, que quienes las escuchen (a sabiendas de que son ficticias), queden atrapados en sus redes literarias que nunca fallan.

Algunas de esas historias son trágicas, otras tristes y desgarradoras, yo personalmente creo que ella entendió que son esas tramas las que más llaman la atención de un público ávido de estremecimiento; pero la parte triste del asunto, es que muchos de los dramas que recuerda le ocurrieron a ella, a esa vieja casi centenaria que no deja apagar la magia en sus ojos o en su garganta, y que lucha con cada respiro para que el olvido definitivo no le gane la batalla.

Con sus cuentos de antaño me doy cuenta que ella ha viajado por el mundo entero, quizá sus andanzas no son del todo reales, pero eso no importa, pues en su memoria marcada por el Alzheimer y la desventura, circunda un cúmulo de sellos cual pasaporte de estrella musical. A veces, mientras intento conciliar el sueño que no llega, me doy cuenta que su pérdida de memoria es a la vez su mayor bendición, pues de lo contrario sufriría mucho más al acordarse de esa realidad injusta que padeció. Moriría como consecuencia de la tristeza máxima que conlleva decir adioses definitivos a quienes tanto amó, padecería constantemente por la suerte amorosa que caducó a muy temprana edad, por el vacío que causa mirar hacia atrás y entender que no hay sombras, ni huellas que te persigan. Pero menos mal ese no es su caso, pues la razón por la que sufre hoy vuela con ligereza sobre sus minutos, y parte de prisa para no regresar.

Es muy difícil tenerle paciencia todo el tiempo, pues sus preguntas repetitivas, a pesar de haber escuchado respuestas elaboradas, continúan como espiral infinito cada vez con menos intervalos. Pero es mucho más difícil aún verla desorientada y saber que esa brújula que tantas veces guió a varias generaciones familiares, ahora se pierde entre el presente y el pasado, entre el sol y la noche, entre sus propias ideas que se resquebrajan sin que nadie pueda evitarlo.

Pero a pesar de todo, ella, mi abuela Clara Emilia Meza, conocida por los afortunados como Alla, no deja de ser la mujer fuerte y valiente que siempre ha sido. Esa que enviudó con 4 hijos teniendo solamente dos décadas de vida, la que con sacrificio y dedicación sacó adelante a su familia, siendo el pilar de una casa que tambaleaba y que se echó a hombros, la guerrera que entregó sus lunas en beneficio de la educación de miles de niños marginados en un país tercermundista, la que cayó tantas veces sin obtener segundas oportunidades, esa que le perdió el miedo a la vida, la que se enfrentó con la muerte, no una vez, sino en una decena de ocasiones, y a pesar de desangrarse en cada lágrima, logró ponerse de pie y proseguir entre espinas en un sendero que le pertenece más que a nadie.

Su ímpetu permanece resiliente, sus pasos aún son fuertes al igual que su voz, su risa está intacta, y se sabe de memoria los discursos que pronunciaba en sus años mozos en los colegios donde impartía clases, al igual que muchas poesías que marcaron su vida y por ende las de quienes la hemos tenido cerca.

Y como ella, hay millones de abuelos allá afuera, con vivencias y recuerdos que sostienen sus últimos años, dispuestos a entregar manantial de sabiduría a todos los que tengan un poco de compasión para escucharlos. Son ellos nuestra gran escuela, y aunque nos cansemos de oírlos con sus historias repetidas, con sus invenciones y manías particulares, nunca debemos olvidar que son ellos, mi abuela y los tuyos, gotas de abono puro en un mundo donde valoramos más las cosas que no merecen la pena, que a quienes han entregado su vida por un mejor mundo. 

Mientras tanto yo seguiré aprovechando cada segundo que tenga con ella, con mi abuela Alla, la que no necesita capa para ser mi heroína preferida. 











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