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martes, 10 de abril de 2018

Vivir dos veces

La memoria… ese ser incomprensible y misterioso que juega a su antojo con los sentimientos ajenos, y que sin avisar logra crear los momentos más sublimes de la existencia, pues el recuerdo se vive doblemente.

La hojarasca anterior deriva de una canción que escuché hace unas horas, y que me transportó a una época donde mi vida era distinta, donde seres que ya no están presentes ocupaban roles protagónicos en mi película diaria, donde el tiempo marchaba con pasos despaciosos, cautos, y la vida me alcanzaba para todo.

Seguí entonces escuchando la canción, y al llegar al coro, viajé por un túnel directo al pasado, donde encontré a mi hermana mayor hecha una pequeña, con su uniforme azul, llamándome con su manita para que jugáramos en la planta baja de mi casa que estaba desocupada, y donde nos esperaba un triciclo verde y una casa de muñecas para su Barbie y su Ken.

Y pidiendo con el alma que la canción no terminara, accedí a acompañarla, y al bajar las escalas internas de mi casa, sentí el olor a cemento húmedo producto de la construcción que allí se llevaba a cabo. Vi las paredes azules, los muros intactos con sus columnas donde nos sentábamos a imitar columpios que nos levantaban hasta una nube, las puertas dobles de madera con aldabas de hierro, las baldosas amarillas con manchas rojizas, el patio con paredes en ladrillo sin resanar, formando figurillas de súper heroes y villanos con los que armábamos historias que nunca acababan. 

La canción terminó intempestivamente, pero ahora, mi memoria anárquica estaba sumida en aquel momento mágico, donde veía a los míos, a los que ya no veo, a esos que tantos nos amaban. Y siento el olor de los viejos, de esos viejos que fueron todo un día, y con sus miradas pasivas me llenan. 

Y ahora, mi memoria se ha encargado de que mis pupilas se llenen de lluvia, y aunque ya suena otra canción que no me recuerda nada, sigo absorto en aquel momento que pensaba olvidado, aquel instante del que no tuve consciencia plena y que valía tanto.

Respiro profundo mientras me limpio la cara, y un suspiro me invade el alma.
Ahora, levanto la mirada, y miro la ventana que tengo al frente de mi escritorio. El sol se refleja sobre la calle, creando la sombra de algunas palmeras que se mueven por el viento del día. Y me doy cuenta que el tiempo ha pasado, y que estoy solo, sin ellos, sin poder llamarlos o regresar a la casa de los bajos para abrazarlos, y robarme los dulces que escondían en sus batas levantadoras adrede, y jugar a armar aviones de plastilina. 

Pero como las canciones, los recuerdos permanecen intactos en un cajón misterioso que todos llevamos, quizá no lo abrimos con regularidad, pues lo que allí hallamos nos puede causar terremotos internos; aunque de vez en cuando es necesario volver a tocar base con la única realidad que tenemos, la que vivimos, esa que es nuestra y que nadie puede robarnos.

Es cierto; cuando recordamos vivimos doblemente, para bien o para mal.


¡Viva la memoria! aunque a veces nos tome desprevenidos, fuera de base; y nos sumerja en los océanos de los que jamas logramos naufragar, ya sea porque nunca quisimos hacerlo, o porque por mas que nademos no existe una orilla en la que queramos acampar.






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