Recientemente me
trasladé a un nuevo apartamento. La razón principal fue porque mi antigua
residencia quedaba muy retirada de mi lugar de trabajo. Debido a mi horario
laboral, salgo a las 11 de la noche diariamente, y después tenía que manejar
hasta mi casa un trayecto de 30 a 45 minutos.
Muchas veces el
cansancio propinó que los ojos se me cerraran por milésimas de segundo, y
asustado me daba cachetadas (suaves) para despertar y evitar un accidente.
Ahora, mi nuevo
apartamento queda a pocos minutos de distancia de mi oficina, por lo que tardo
aproximadamente una canción de radio en llegar.
Pero para no
desviarme de lo que quiero contarles, ya no hablaré de la distancia, sino de mi
nevera. Resulta que la máquina de hielo se ha negado a hacer su único trabajo,
obligándome a llamar al dueño del inmueble y pedirle que me envíe a alguien
para organizarla. El buen hombre, al que ahora pago renta, me dijo, ¿sabes qué?
esa nevera la compré hace 9 años cuando construyeron el edificio, así que no te
preocupes, compraré una nueva.
Le dije que no
era necesario, que solamente había que arreglarla, pero él insistiendo me dijo
que me despreocupara.
Y así fue, en
horas de la mañana del primer día de esta semana, tocaron a mi puerta dos
chicos que traían consigo la nueva nevera.
-We bring the
new fridge-, mencionó uno de ellos en inglés.
-¿En serio?-,
pensé mientras miraba el enorme aparato eléctrico en frente de mi nariz de
bruja. -Jamás lo hubiese imaginado-, pensé de nuevo, y les dije que me dieran
unos minutos mientras sacaba las cosas de la nevera sin hielo, y la cual ellos
se llevarían hacia la morgue de los electrodomésticos.
Con
rapidez saqué las cositas que tenía dentro del frigorífero, y las acomodé como
pude sobre una mesa. Unas cervezas por allí, la mantequilla por allá, unas
salchichas sobre el queso, unas chuletas en la esquina, la leche al lado, unos
juguitos alrededor, el jamón a un costado de las zanahorias, mis huevos enseguida
del pan, y la lechuga sobre unas papas.
-All yours (todo
suyo), les dije a los muchachos, quienes comenzaron a sacar la enorme caja de
mi apartamento, y luego maniobraron para entrar al nuevo miembro de la familia.
El problema es que la nueva nevera no entraba por la puerta. Así que los
encargados de alojar al bicho electrónico en mi cocina, tuvieron que realizar
varios movimientos de contorsionistas de circo para lograr su cometido.
-This damn
fridge-, (esta maldita nevera), mencionaban ellos una y otra vez, al momento en
que sudaban la gota gorda, intentando una misión que parecía imposible.
Como un milagro
del mundo de los circuitos, después de casi 40 minutos, posicionaron al
elefante metálico en el rincón apropiado.
Y mientras ellos
maniobraban los movimientos con la nevera, yo me metí la mano al bolsillo para
saber qué dinero tenía y así darles la acostumbrada propina. Pero vaya sorpresa
cuando lo único que encontré fue un billete de un dólar. Luego abrí mi
billetera, a sabiendas de que nunca cargo dinero en ella, pero con la esperanza
de que por arte de magia apareciera algo de efectivo, cosa que no sucedió.
Pensé entonces sí
tendría dinero en algún lugar del apartamento, pero la verdad es que nunca
mantengo dinero en efectivo conmigo, y me he acostumbrado a pagar todo con la
bendita tarjeta plástica que nunca me abandona.
-Qué cagada-,
pensé en silencio, sabiendo que aquel dúo de trabajadores saldría mani-vacío de
mi casa.
-Do you guys care for some water or juice, or a
beer? (¿Les apetece
agua, jugo, o una cervecita?), les pregunté; pero ellos dijeron que no.
Luego me
hicieron firmar un papel, y me preguntaron si tenía alguna pregunta qué
hacerles. Y es allí, en ese preciso momento en que yo debía haber sacado dos
billetes y dárselos por su trabajo, pero consciente del contenido de mi
bolsillo, ni siquiera osé en hacer un movimiento alguno.
Are you sure you guys don’t want to drink or eat nothing?
(¿están seguros que no
quieren tomar o comer algo?), pregunté tratando de menguar la falta de la
propina ofreciendo los pocos alimentos que me acompañaban.
-No man, we are
ok- (No, estamos bien). Y luego se hizo un silencio de varios segundos, momento
en el que ellos esperaban la propina que no llegaría.
Con la cara roja de vergüenza les di las gracias, en un momento tan incómodo
que me costó mirarlos a los ojos.
Ellos
entendieron que no habría dinero proveniente del nuevo propietario de la
nevera, y sin decir nada salieron de casa; pero una vez afuera del apartamento,
uno le dijo al otro en perfecto español:
-¿Este coño de
su madre no nos dio nada?-
Y su amigo
contestó: -Gringo tacaño de mierda. Disfruta esa maldita nevera-
Quise entonces
decirles que yo no soy gringo, que soy tan latino como ellos, y que también he trabajado esperando una
propina, y que no soy un tacaño de mierda, sino que no acostumbro a cargar
efectivo conmigo, y que lo lamento pues debí estar preparado con algo de
dinero; pero decidí no abrir la boca, y me di un golpe de mea culpa en el
pecho.
Luego mire la
nevera, y le dije que obviara lo que había escuchado, que ella no era maldita,
y que la culpa de los insultos recibidos era únicamente de su nuevo
propietario.
Luego
destapé una cerveza, preparé un emparedado de jamón y queso, y brindé por mis
amigos, los chicos latinos que me odian a mí y a mi nevera.
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