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lunes, 12 de mayo de 2014

La nevera maldita

Recientemente me trasladé a un nuevo apartamento. La razón principal fue porque mi antigua residencia quedaba muy retirada de mi lugar de trabajo. Debido a mi horario laboral, salgo a las 11 de la noche diariamente, y después tenía que manejar hasta mi casa un trayecto de 30 a 45 minutos.

Muchas veces el cansancio propinó que los ojos se me cerraran por milésimas de segundo, y asustado me daba cachetadas (suaves) para despertar y evitar un accidente.
Ahora, mi nuevo apartamento queda a pocos minutos de distancia de mi oficina, por lo que tardo aproximadamente una canción de radio en llegar.

Pero para no desviarme de lo que quiero contarles, ya no hablaré de la distancia, sino de mi nevera. Resulta que la máquina de hielo se ha negado a hacer su único trabajo, obligándome a llamar al dueño del inmueble y pedirle que me envíe a alguien para organizarla. El buen hombre, al que ahora pago renta, me dijo, ¿sabes qué? esa nevera la compré hace 9 años cuando construyeron el edificio, así que no te preocupes, compraré una nueva.

Le dije que no era necesario, que solamente había que arreglarla, pero él insistiendo me dijo que me despreocupara.

Y así fue, en horas de la mañana del primer día de esta semana, tocaron a mi puerta dos chicos que traían consigo la nueva nevera.

-We bring the new fridge-, mencionó uno de ellos en inglés.

-¿En serio?-, pensé mientras miraba el enorme aparato eléctrico en frente de mi nariz de bruja. -Jamás lo hubiese imaginado-, pensé de nuevo, y les dije que me dieran unos minutos mientras sacaba las cosas de la nevera sin hielo, y la cual ellos se llevarían hacia la morgue de los electrodomésticos.

Con rapidez saqué las cositas que tenía dentro del frigorífero, y las acomodé como pude sobre una mesa. Unas cervezas por allí, la mantequilla por allá, unas salchichas sobre el queso, unas chuletas en la esquina, la leche al lado, unos juguitos alrededor, el jamón a un costado de las zanahorias, mis huevos enseguida del pan, y la lechuga sobre unas papas.

-All yours (todo suyo), les dije a los muchachos, quienes comenzaron a sacar la enorme caja de mi apartamento, y luego maniobraron para entrar al nuevo miembro de la familia. El problema es que la nueva nevera no entraba por la puerta. Así que los encargados de alojar al bicho electrónico en mi cocina, tuvieron que realizar varios movimientos de contorsionistas de circo para lograr su cometido.

-This damn fridge-, (esta maldita nevera), mencionaban ellos una y otra vez, al momento en que sudaban la gota gorda, intentando una misión que parecía imposible.

Como un milagro del mundo de los circuitos, después de casi 40 minutos, posicionaron al elefante metálico en el rincón apropiado.

Y mientras ellos maniobraban los movimientos con la nevera, yo me metí la mano al bolsillo para saber qué dinero tenía y así darles la acostumbrada propina. Pero vaya sorpresa cuando lo único que encontré fue un billete de un dólar. Luego abrí mi billetera, a sabiendas de que nunca cargo dinero en ella, pero con la esperanza de que por arte de magia apareciera algo de efectivo, cosa que no sucedió.

Pensé entonces sí tendría dinero en algún lugar del apartamento, pero la verdad es que nunca mantengo dinero en efectivo conmigo, y me he acostumbrado a pagar todo con la bendita tarjeta plástica que nunca me abandona.

-Qué cagada-, pensé en silencio, sabiendo que aquel dúo de trabajadores saldría mani-vacío de mi casa.

-Do you guys care for some water or juice, or a beer? (¿Les apetece agua, jugo, o una cervecita?), les pregunté; pero ellos dijeron que no.

Luego me hicieron firmar un papel, y me preguntaron si tenía alguna pregunta qué hacerles. Y es allí, en ese preciso momento en que yo debía haber sacado dos billetes y dárselos por su trabajo, pero consciente del contenido de mi bolsillo, ni siquiera osé en hacer un movimiento alguno.

Are you sure you guys don’t want to drink or eat nothing? (¿están seguros que no quieren tomar o comer algo?), pregunté tratando de menguar la falta de la propina ofreciendo los pocos alimentos que me acompañaban.

-No man, we are ok- (No, estamos bien). Y luego se hizo un silencio de varios segundos, momento en el que ellos esperaban la propina que no llegaría.

Con la cara roja de vergüenza les di las gracias, en un momento tan incómodo que me costó mirarlos a los ojos.

Ellos entendieron que no habría dinero proveniente del nuevo propietario de la nevera, y sin decir nada salieron de casa; pero una vez afuera del apartamento, uno le dijo al otro en perfecto español:

-¿Este coño de su madre no nos dio nada?-

Y su amigo contestó: -Gringo tacaño de mierda. Disfruta esa maldita nevera-

Quise entonces decirles que yo no soy gringo, que soy tan latino como ellos, y que también he trabajado esperando una propina, y que no soy un tacaño de mierda, sino que no acostumbro a cargar efectivo conmigo, y que lo lamento pues debí estar preparado con algo de dinero; pero decidí no abrir la boca, y me di un golpe de mea culpa en el pecho.

Luego mire la nevera, y le dije que obviara lo que había escuchado, que ella no era maldita, y que la culpa de los insultos recibidos era únicamente de su nuevo propietario.

Sintiéndome aun mal por el episodio acontecido, comencé a llenarla con mis alimentos.

Luego destapé una cerveza, preparé un emparedado de jamón y queso, y brindé por mis amigos, los chicos latinos que me odian a mí y a mi nevera.

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