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sábado, 16 de marzo de 2019

Apaga mi vela de cumpleaños.

Es como si nuevamente estuviera recorriendo aquellos pasos que he dado, yendo una vez más a los sitios lejanos a los que nunca regresé, viendo la gente que no puedo ver jamás, sintiendo en mi boca y en mi nariz el deseo de descubrir el mundo que ya conozco. Sigo sin dormir mucho, y las 3 de la madrugada se mantienen intactas y poderosas, tal como si fueran un lugar en vez de un fragmento del tiempo que es efímero. 
Llevo años habitando los contornos que se alojan entre las 3 y las 4 am, ahí poseo una cama, un café, un olor que no se borra, los ojos que me hipnotizan, el roce de la musa que desaparece en intervalos y que juega en su mente a quedarse conmigo, aunque no pueda. 
Me regalo el tiempo y el espacio, esos dos conceptos que creemos entender pero que se bifurcan en las mentes de los curiosos y nunca más se unen de nuevo, incluso borrando el rastro histórico y convenciéndonos que son tan innecesarios como los monarcas y las competiciones. 
Hoy cumplo un aniversario más de mi nacimiento, un buen momento para dejarse ir hacia la nada y recordar lo que la mente nos permita. Pero es que son tantas las imágenes, que quizá tardaría otras 4 décadas (y un poco más) en volver a percibir cada situación que creo haber vivido, pues ya no tengo consciencia plena de lo que imaginé y de lo que viví -no importa-, al final contaré ambas como si fueran realidad, o las escribiré como si las estuviera inventando, nadie se enterará.

Hoy no celebraré en bares o restaurantes, quiero estar en casa, rodeado de mis ficciones y realidades, de mis musas y duendes, de mis anhelos certeros, tranquilo, sin remordimientos, cargando mis errores y experiencias con la frente en alto, intentando superar al yo de hoy, aprendiendo y maravillándome de la cosas más simples en las que poco nos fijamos. Y así quisiera celebrar cada día, sin esperar a que haya otro movimiento de traslación para ponerme la mejor camisa, o estrenarme unos zapatos, o esperar a que mis amigos me llamen y me digan que me aprecian, o comerme un pastel y pedir deseos mientras le echo babas a las velas como bombero prematuro. ¿Por qué esperar tanto para celebrar? 

Así que con sinceridad los invito a que si me conocen y me ven, me regalen abrazos (así no sea mi cumpleaños), o que me llamen en cualquier momento y me digan que me aprecian, y me saquen de la inmensa soledad que llena el cuarto entre las 3 y las 4. Y si no me conocen, pues no está de más tener un nuevo amigo, al fin y al cabo son los recuerdos lo único que perdura en el espiral en que nos sumergimos.

Hoy a mis 42, comenzaré a celebrar cada día, incluso los malos, pues no quiero morirme antes de dejar de respirar.
















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