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viernes, 3 de julio de 2020

Me cuido de la pandemia mientras estoy despierto, pero dormido no respondo

Debo confesar que desde que comenzó el cuento de la pandemia yo he estado un poco paranoico, quizás más que un poco. 

Escasamente he salido de casa, creo que desde marzo 16, día en que inició la cuarentena en mi trabajo, habré pisado el exterior un par de veces, y eso porque me he obligado a tomar algo de sol y a caminar alrededor de mi casa para respirar aire puro. 

Claro, también he ido una que otra vez al supermercado, lugar donde las precauciones que tomo son extremas. 

Ya tengo varios amigxs que se han contagiado con la pandemia, pero que afortunadamente están saliendo adelante con sus múltiples síntomas. Aunque la verdad sea dicha, nadie puede asegurarte de qué manera va a reaccionar tu cuerpo y tu sistema inmunológico ante el virus.

Por eso yo soy de los que todavía al llegar a casa, limpio y lavo las compras, boto las bolsas plásticas, y nunca entro con mis zapatos a mi apartamento. Inmediatamente arribo a mi hogar, meto mi ropa a la lavadora y mi cuerpo a la ducha.

Cada vez que salgo de casa me disfrazo con un tapabocas semi espacial que me cubre casi la cara completa, además siempre salgo con camisetas de manga larga y gorras, fuera de gafas de sol para evitar que mis ojos miopes estén expuestos a cualquier peligro. Los guantes es lo único que he dejado de usar, porque siento que tengo más control cuando mis manos están desnudas, pero de resto, siempre que salgo tiendo a ser confundido con un astronauta.

Aún así, cuando llego a casa y me quito la parafernalia, y me ducho en una ceremonia donde me echo jabón sobre el jabón, y lavo mi ropa, y desinfecto con alcohol las llaves, el celular y los pomos de las puertas, termino con dolor de garganta y pensando que me he contagiado.

Un amigo galeno me ha dicho que lo que pasa es que mientras tenemos el tapabocas puesto, vamos inhalando el monóxido de carbono que estamos exhalando y por eso se nos irrita la garganta por unas cuantas horas, una teoría que tienes sentido y que ha logrado que mi sistema nervioso esté mas relajado.

Pero, a lo que voy con este cuento, es que a veces, en la mayoría de las ocasiones, las cosas nunca pasan como vos quieres y te toca sortear la vida de la manera en que venga. 

¿A qué voy con esto? Pues bien, les cuento.

La pandemia ha generado en mi mucho estrés, no es un secreto. Esa incertidumbre sobre lo que pasará con la gente  que quiero, esos que están más susceptibles por enfermedades preexistentes; además al trabajar en un medio de comunicación es imposible controlar el flujo informativo que se maneja a diario, donde la mayoría de las noticias tienen que ver con contagios, muertes, desempleo, recesiones y un cúmulo negativo encarnado en la realidad que todos vivimos.

Yo desde el primer día he intentado balancear mi cabeza con ejercicio, meditaciones, lecturas, buena alimentación, pero a veces el estrés no me abandona.

Hace solo un par de noches desperté mientras caminaba en uno de los pasillos de mi edificio. Lógicamente estaba sin tapabocas y sin muchas otras cosas. De un momento a otro sentí que el elevador se abrió y de él salieron varias personas sin protección ninguna que me saludaron con amabilidad y risas, al ver que lo único que tenía puesto eran unos boxers.

Con mi pelo de 4 meses sin cortar, parado por todas los lados, y mi barba sin arreglar, parecía más un náufrago asustado que el patético vecino sonámbulo del 1101.

Cuando me enteré bien de lo que pasaba ya era muy tarde. Ya habían pasado a mi lado varios especímenes humanos que no llevaban tapabocas.

-Mierda-, me dije ya despierto, mientras escuché a pocos metros el sonido trágico del estornudo que desprendía uno de ellos.

Con rapidez regresé a mi cueva, me metí con urgencia a la ducha y luego me preparé un té caliente con miel y limón, pensando mientras me lo tomaba que una cosa piensa el burro y otra el que lo está enjalmando.

Por cierto, el burro de la historia soy yo, sin duda alguna.






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